Cuando comenzamos a desarrollar intimidad con Dios,
avanzamos significativamente en el proceso de orar y tener comunicación con Él.
Es un nivel al que todos deseamos llegar. ¿Se logra rápidamente? El
interrogante tiene dos respuestas: La primera que sí es posible, y la segunda,
que esa posibilidad está ligada al grado de dependencia que desarrollamos de
nuestro amado Padre celestial.
El
apóstol Pablo, uno de los más grandes discipuladores y apóstoles de todos los
tiempos, lo describe en la carta que dirige a los creyentes de Corinto: “¿Qué pues? Oraré con el espíritu, pero
oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré
también con el entendimiento.”(1 Corintios 14:15)
Observe
cuidadosamente que hay dos componentes en esta instrucción: La primera, orar en
el espíritu—que es un diálogo directo con Dios—y la segunda, que orar en ese
grado de intimidad con el Señor no nos exime de ser conscientes de lo que
decimos.
El
autor y evangelista del siglo pasado, R. A. Torrey, escribió: “La verdadera oración es oración en
Espíritu, es decir, la oración que el Espíritu inspira y dirige. Cuando venimos
ante la Presencia de Dios debemos reconocer “nuestra debilidad”, nuestra
ignorancia de qué es lo que debemos pedir, o de cómo orar, y en la conciencia
de nuestra total incapacidad para orar bien debemos buscar ayuda en el Espíritu
Santo, entregarnos a Él por completo para que dirija nuestras oraciones, guíe
nuestros deseos y nos lleve a expresarlos.”(R. A. Torrey. “Cómo orar”.
Editorial Peniel. Argentina. 2006. Pg. 66)