Cuando Dios gobierna la familia todo llega a ser diferente |
¿Qué hacer cuando las familias enfrentan crisis? ¿Hay
salidas al laberinto? Frente a las dificultades, muchas personas hacen acopio
de toda la artillería de libros sobre sicología, motivación o superación que
han leído. No obstante, sus esfuerzos resultan vanos e invariablemente les
conducen al desaliente. Es en ese momento cuando optan por separarse.
El
especialista, Gary Rosberg, escribe: “Cuando los círculos se dejan
abiertos, los conflictos se acumulan y se apilan unos tras otros. El enojo
acude. El lazo matrimonial se tensa. La amargura pesa en el corazón. Y dos
personas que una vez estuvieron muy merca una de la otra, y muy conectados,
llegan al nivel de rechazo mutuo cada vez más.” (Gary y Barbara Rosberg.
“Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2005. Pg. 100)
Los tropiezos son inevitables en toda relación humana y pueden tornarse más frecuentes
en la relación de pareja. No podemos olvidar que se trata de un proceso en el
que se unen dos vidas bajo un mismo techo. Los conflictos que inicialmente
desatan desánimo y desilusión, van tomando fuerza hasta convertirse en factores
determinantes para el divorcio.
¿Hay
una salida? Por supuesto que sí. Está en Jesucristo. Cuando le concedemos el
primer lugar en nuestras vidas la perspectiva cambia. Comprendemos que hay
alternativas distintas a divorciarse.
Darle
el primer lugar al Señor es la mejor decisión que podemos tomar y de la que,
sin lugar a dudas, jamás nos arrepentiremos.
Decidirse por
Dios transforma las circunstancias
Hace
muchos siglos un guerrero que mantenía una vida intensa de trabajo, pero aun
así velaba por su familia y la fidelidad a Dios, reunió a una multitud y a sus
líderes. Le estoy hablando de Josué, el conquistador de la tierra prometida. Después
de exponerles las enormes bendiciones que tenían enfrente, los confrontó: “Pero si te niegas a
servir al Señor, elige hoy mismo a quién servirás. ¿Acaso optarás por los dioses que
tus antepasados sirvieron del otro lado del Éufrates? ¿O preferirás a los
dioses de los amorreos, en cuya tierra ahora vives? Pero en cuanto a mí y a mi
familia, nosotros serviremos al Señor.”(Josué 24:15. NTV)
Por
encima de los tropiezos de la cotidianidad, de los malos momentos que amenazan
con robarnos la paz interior, de las desavenencias con su cónyuge, Josué tenía
muy claro en su corazón que Dios debía ocupar el primer lugar en su vida y en
la de su familia.
Esa
perspectiva no solo es importante sino que se constituye en una decisión que
puede marcar la diferencia en la existencia de todos nosotros. ¡Dios debe
reinar en nuestra relación familiar! Él nos asegura la victoria si le
permitimos guiarnos.
Edifique su
familia a partir de principios y valores
Cierta joven con la que hablé al término de una
conferencia en la Universidad, me compartió su razón para no caer en la
promiscuidad sexual como había acontecido con el resto de sus compañeros. “Mis padres me formaron en principios
cristianos; por ese motivo tengo muy claro que no puedo ni debo ceder a mis
deseos simplemente para obtener un placer momentáneo. Cuando decida la
intimidad con alguien, ese alguien será mi esposo para siempre”, dijo.
Puede
que su posición no resultara muy popular en el campus universitario, pero puedo
asegurarle que no solo le evitó muchos dolores de cabeza sino que se convierte
en el primer paso para construir un matrimonio sólido.
Hay que
edificar la familia en principios y valores
Sentar las bases de un hogar que permanezca en el
tiempo, que logre superar los tropiezos y los embates de los desiertos que no
faltan en la relación de pareja y con los hijos, parte de un fundamento:
Alimentar la relación con principios y valores. Preceptos que nos ayudan a
permanecer firmes en medio de una sociedad descompuesta como la nuestra.
El
Señor Jesús compartió con millares de personas y con nosotros hoy, una
enseñanza que jamás pierde vigencia: “Todo
el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye
su casa sobre una roca sólida. Aunque llueva a cántaros y suban las aguas
de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo
porque está construida sobre un lecho de roca. Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no
la obedece es un necio, como la persona que construye su casa sobre la arena.
Cuando vengan las lluvias y lleguen las inundaciones y los vientos golpeen
contra esa casa, se derrumbará con un gran estruendo».Cuando Jesús terminó de decir esas cosas, las multitudes
quedaron asombradas de su enseñanza, porque lo hacía con verdadera autoridad,
algo completamente diferente de lo que hacían los maestros de la ley
religiosa.”(Mateo 7:24-27 NTV)
Forjar
una familia en principios y valores no es un proceso que se da de la noche a la
mañana. Demanda tiempo y perseverancia. Los primeros llamados a asumir el
compromiso de cambio, somos los esposos; transferimos—a partir del ejemplo—esa
misma visión a nuestro cónyuge y vamos extendiendo a nuestros hijos la
importancia de estar edificados en pautas claras, patrones de vida que
interiorizamos y que terminan por afectar positivamente nuestra forma de pensar
y de actuar. Si Dios ocupa el primer lugar, sin duda avanzaremos en la
dirección correcta y aun cuando vengan dificultades, no temeremos porque vamos
seguros, asidos de la mano del que Todo lo Puede.
Los
principios y valores nos permiten cimentar una buena integración en la pareja
pero también, en el esquema padres-hijos. Constituyen basamentos que permanecen
en el tiempo, que resultan inamovibles aun cuando el mundo que nos rodea sea
inmoral y legitime la violencia intrafamiliar, la separación ante la más leve
señal de alarma y la promiscuidad sexual.
Cito
aquí lo que plantea el autor William Wuese, que resulta apropiado para nuestra
reflexión: “Yo creo que el ser uno solo,
en nuestra condición de pareja, es lo que hace tan especial el matrimonio. La
relación matrimonial debe ser un
paralelismo que el Señor quiere con cada uno de nosotros: Una relación profunda
e íntima en la que se comparten las emociones, puntos de vista, deseos y
pensamientos mutuos.”(Bill Wuese. “23 minutos en el infierno”. 2006. Casa Creación.
EE.UU. Pg. 52)
En
Dios, con ayuda de Dios y mediante la permanencia en Dios, nuestra vida cobra
sentido. Cada instante vale la pena ser vivido. Las situaciones, por difíciles
que parezcan, se pueden superar. No hay razón para temer, sino para avanzar
hacia la victoria sobre toda situación cotidiana que salga al paso. Recuerde
que el secreto estriba en darle a Dios el primer lugar, y el segundo paso:
fundamentar nuestra familia en principios y valores.
Siga a la meta,
no se detenga
Cuando me dirijo a grupos de personas en conferencias
o cuando escribo sobre los fundamentos para edificar una familia sólida, el
asunto despierta interés. No he visto jamás un esposo o una esposa que
desestime el asunto. Hay muchas razones. Han descubierto que tras muchos años
de convivencia, la relación enfrenta dificultades y, si no se toman decisiones
oportunas, amenaza con un fraccionamiento hasta llegar al divorcio.
La
separación, a su vez, trae dolor a todos: A los cónyuges en primer lugar, y a
los hijos que terminan condenados a criarse en un hogar sin padres.
Nicole
descubrió que su esposo la engañó en cierta ocasión que viajó fuera de la
ciudad para asistir a un congreso. Algo doloroso para ella como mujer. Los
momentos de desolación fueron muchos y, a primera vista, creía que la única
solución era separarse. Su perspectiva de la vida cambió cuando comenzó a
buscar a Dios y orar. Fue entonces que decidió darle una nueva oportunidad a su
marido, quien dicho sea de paso, en efecto evidenció cambio.
El
autor y conferencista, Gary Rosberg, escribió: “Se necesita valor
para restaurar y reconstruir una relación, sin importar de qué lado de la
ofensa te encuentres. Se necesita paciencia, tiempo, confianza y, en algunas
ocasiones, hasta lágrimas, antes de llegar a un arreglo.” (Gary y Barbara
Rosberg. “Matrimonios a prueba de divorcio”. Editorial Unilit. EE.UU. 2005. Pg. 102)
Una
vez decidimos con ayuda del Señor salvar nuestro matrimonio, el paso siguiente
es—como lo hemos anotado—cimentar la relación de pareja y con los hijos sobre
la solidez de los principios y valores cristianos. Y el tercer nivel hacia el
cual debemos avanzar es la perseverancia. Jamás habremos terminado de trabajar
en un hogar que, aspiramos, permanezca firme en el tiempo. Perseverancia, esa es la
clave.
El
apóstol Pablo escribió: “No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya
haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa
perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo. No, amados hermanos, no lo he logrado,* pero
me concentro únicamente en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que
tengo por delante, y así avanzo
hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual
Dios nos llama por medio de Cristo Jesús. Que todos los que son espiritualmente
maduros estén de acuerdo en estas cosas. Si ustedes difieren en algún punto,
estoy seguro de que Dios se lo hará entender; pero debemos
aferrarnos al avance que ya hemos logrado.”(Filipenses 3:12-16. NTV)
Recuerde
que el crecimiento, y en este caso aplicado a la relación familiar, es un
proceso que se afianza si vamos tomados de la mano del Señor Jesús. Si Él
gobierna en casa, puedo asegurarle que no hay nada que temer… Y si surgen
problemas, con su divina ayuda podremos resolverlos.
Tenga
en cuenta que edificar una familia sólida parte de una decisión: Su decisión. Y
esa determinación debe permanecer en el tiempo. Si al comienzo no apreciamos
los resultados que esperábamos, seguimos adelante, sin desmayar, convencidos que
nada podrá detenernos, que el Señor nos asegura la victoria en las batallas,
que con el paso del tiempo veremos los resultados. No se desanime. Hoy es el
día para dar el primer paso en esa dirección…
Si
no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que tome esa
decisión y le abra las puertas de su corazón.
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